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Desapegarse del instante
en que todo sucede
como un funambulista equilibrado
sin desplazarse hacia el futuro
o el pasado,
permaneciendo en este ahora
tan incierto e inestable.
Caer y volver a levantarse
sin llevar cuenta
de aciertos ni de fallos,
curando heridas
y amando cicatrices,
lo viejo y lo mudado
y todo cuanto siento
como si acabara de estrenarme
los sentidos.
Abrirse de nuevo
a lo sagrado y lo prohibido,
en la vida y en la muerte
ese es el viaje
y el equipaje:
no dejar de ser consciente
de que no hay nada en el camino
permanente.